La historia de Mr. Hyde

Siempre estuve ahí. Escondido, atrapado, apresado. Encarcelado en el interior de Jekyll. Se hacía mayor al mismo tiempo que se debilitaba. El paso del tiempo le hacía cansarse de su monótona vida, y bien sé que quiso probar nuevas emociones. Quería sentirse joven y despreocuparse de lo que conllevaba llamarse Henry Jekyll.

La mayor parte de su vida la había pasado trabajando. No sabía qué era la libertad. Hubo cierto momento en el cual quiso vivir una segunda vida, para poder disfrutarla y saborearla. Por eso me quiso encontrar, y por eso mismo al principio me dejó libre, aún sin saber como era su otro yo, su parte enrevesada, traviesa y malvada. Bueno, eso es lo que piensan los demás; yo lo discuto.

Lentamente le inducí a pensar tal como yo lo hacía. El exceso de trabajo, la presión por los resultados, el agobió diario, la infelicidad que le había acompañado toda la vida explotó. Fue entonces cuando llegó la noche que me quiso conocer. Bebió aquella poción, y despúes de un demoniaco sufrimiento, conseguí salir. Y así, después de mucho tiempo de lucha, conseguí encerrar a mi carcelero. Había conseguido hacer lo que llevaba toda la vida planeando. Era libre.

Ví por primera vez el mundo por mis ojos y mi cabeza era un torrente de emociones e ideas. Era como un bebé recién nacido, pero con independecia completa. O quizá no tanta. Noté que la ropa que vestía me quedaba grande, lo cual me hizo concluir que debía ser más bajo que el doctor. Busqué un espejo y allí me conocí. Todos mis pensamientos quedaban reflejados en mi rostro. Era como el retrato de Dorian Grey pero en persona. Aún así, yo sonreía. Había ganado la primera batalla. Salí del gabinete, me sentía raro en esa casa.

Me dí cuenta de que yo no existía para nadie, que la libertad que obtenía era mayor de la esperada. Con todo ello, los problemas aún no habían desaparecido. Había ocasiones en los que Jekyll luchaba por salir, hasta que varias veces me obligó a tomarme la pócima y cambiarme el puesto. Pero como ya me había dejado la puerta entreabierta, muchas de las peticiones que hice a Jekyyl me fueron cumplidas: me anunció a los criados, compró otra casa y me incluyó en su testamento.

El doctor estaba muy debilitado, de manera que lo tenía a mi merced. Me ayudaba a esconderme. Jekyll era feliz porque creía que dominaba la situación. Pero no era así, ni mucho menos. Me hartaba de ser malo y luego el científico hipnotizado borraba todas mis huellas. Uno de los mejores días fue una noche que tropecé con una niña. La pequeña cayó al suelo, y yo la pisoteé, la noté bajo mi peso,la pisé a conciencia y con mucho gusto. El problema fue que la familia vió lo sucedido, y peor fue que quisieron apalearme. En ese momento estaba dispuesto a enzarzarme con todos ellos,uno por uno, sé que los habría matado, pero Jekyll intervino. Me obligó a compensarles económicamente. Me sentí pletórico.

Más adelante, una noche dejé al doctor que durmiera. Mientras, peleé duro en su interior mientras él soñaba, hasta que por la mañana su cuerpo ya era mío. Había conseguido saltarme un paso capital: la pócima. Otra batalla ganada. Desde entonces fui haciendome más fuerte, más alto, más poderoso. Las drogas ya no podían conmigo.Ví cerca el triunfo definitivo. No me extrañó todo aquello, tanto tiempo dormido mientras él trabajaba debía repercutir de alguna forma. Ahora pasaba más tiempo mi cuerpo que el de Dr. Jekyll.Pero aún sigo sin saber que pasó en un tiempo, durante el cual Jekyll resistió a todos mis golpes. Aguantó poco más de dos meses.

Llegó el día en el que empleé toda mi fuerza e impuse al doctor su propia dictadura. LLegó mi momento, y con él, mi mal. Toda mi maldad se desencadenó: necesitaba una víctima. Y mira por donde, el caballero más cortés con el que me crucé fue quién se cruzó con el ser más descortés, recibiendo en sus carnes mi desahogo. Le empecé a golpear; puñetazos, patadas, todo lo que tenía a mano lo usé en su contra. Le reduje y le tiré al suelo, pero eso no me frenó, al revés, era un objetivo fácil. Sé que suplicaba desde el suelo, sé que estaba hecho un ovillo y que mi ropa estaba llena de sangre. Estaba disfrutando; me estaba excitando. Cansado de patearle, corrí medio contento, medio asustado. Pero era feliz. Sabía que si me encontraban lo pagaría caro, de manera que decidí esconderme en el doctor un tiempo.

El tiempo curó las cicatrices abiertas, y cuando la calma volvió a reinar, le pedí a Jekyll que se volviera a despedir de su cuerpo. Volvía a las calles, notaba el aire de libertad en mi cara, no sentía límite alguno. Aunque de alguna forma sabía que la muerte me acechaba, y quizá esa continua presencia me abrió el apetito. Una mujer se convirtió en mi siguiente víctima, pero se quedó lejos de pasar a ser un mísero cadáver y pasar a mejor vida. Qué pena.

Sabía que Jekyll me tenía miedo, por eso lo atormenté a todas horas. Sabía que se agotaría de luchar y entonces debería descansar. Él no dormía y yo sabía, que con un poco de paciencia, llegaría mi momento. Siempre he tenido en cuenta lo inteligente que es, lo cual me daba cierto respeto. Pero a él ya le queda muy poco de vida y yo entonces le controlaré por completo pero, ¿dónde me esconderé? Aunque prefiero preguntarme, ¿ qué le depara a esta ciudad?

Pobres vecinos, dentro de poco les tendré visitar.

Mario RAD

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