Viaje al otro lado (II)


Un mes parece largo, 30 días parecen, sobre el papel, suficientes para darte cuenta de lo que pasa a tu alrededor allí donde estés; sin embargo, en 'La gran manzana' el tiempo se percibe de una manera muy diferente. La concepción sobre el tiempo no es objetiva ni tan siquira uniforme, es muy variable y volátil, y en un Nueva York, más. Los minutos no se perciben y las horas vuelan en una ciudad en la que siempre hay algo más que hacer, en la que cada día al llegar a la cama (lugar en el que no llegué a pasar más de seis horas seguidas), y tener siquiera cinco minutos para pensar en lo vivido, te das cuenta de que no has hecho nada, de que aún te quedan un sin fin de sensaciones que experimentar.

27 de octubre, toda la noche sin dormir esperando a que lleguen las 6 de la mañana, hora determinada para coger mi último vehículo en suelo español durante el próximo mes, un coche, un coche que me dejará a los pies de la aeronave que ha de cruzar, conmigo a bordo, el 'charco'.

12 de la mañana hora local, aterrizo, llegué, mi corazon experimenta una rara sensación, y mi cabeza más, confundo las efectos del aterrizaje y el incremento de la presión con mis primeras sensaciones neoyorkinas pero por fín me bajo y ahora sí, mi corazon se acelera, 'The city that never sleeps' me da la bienvenida.

97th street with 3rd Avenue es la dirección del lugar elegido para pasar el menor tiempo posible, solo el esencial, Nueva York no te deja parar respirar, tienes que respirar de camino, entre una enorme maraña de altos edificios que casi no dejan espacio para los rayos de sol, impenetrables calles repletas de gente en las que el cielo se ve tan sólo al horizonte. Y comienzas a descubrir, parques, avenidas, bares, restaurantes, supermercados, tiendas, puestos de comida rápida, de fruta, kebabs, pizzas, ensaladas... las aceras pasan de ser lugares para caminar a puros escaparates de comida, Nueva York no te deja parar para comer, tienes que comer de camino.

16 pisos tenía que recorrer cualquiera de los seis ascensores disponibles en mi lugar de descanso antes de llegar hasta el que me correspondía. Y por la ventana East River, Queens, en fin, Nueva York. A mi lado, mi compañero, francés de nacimiento e idioma, pero la gran manzana consigue que allí seamos todos iguales, sin diferencias, todos solos en una selva de hormigón y cristales, en la que los millones de taxis amarillos que circulan 24 horas al día se convierten en los reyes del asfalto.

00:00, el primer día se acabó, sin darte cuenta tus primeras 12 horas 'al otro lado' se han esfumado, sin dejarte pensar en lo ocurrido. sin embargo, en cinco minutos tumbado sobre tus sábanas te das cuenta: llevas un día sólo y lejos, en Nueva York, y tan sólo es el primero...

No hay comentarios:

Publicar un comentario